miércoles, 18 de febrero de 2009

De Un Amor Adolescente: Claudia

Fue en el año 1994, cuando contaba con catorce años, cuando sin ninguna expectativa fui con un amigo a un cine cutre que existía en el pueblo de al lado a ver Entrevista con el Vampiro. No había ningún plan, debido a que toda la pandilla se había ido a la Feria de Sevilla, y esa fue la razón por la cual acabé en aquel cine, esperando ver a algunas niñas babeando por Brad Pitt, Tom Cruise y Antonio Banderas. Poco sabía que acabaría encontrándome con ella...

La película me sorprendió: un tratamiento del mito vampírico distinto, una ambientación dieciochesca que me conquistó, una gran actuación, a mi modesto parecer, de Tom Cruise encarnando a Lestar, el sanguinario vampiro e incluso de Brad Pitt como el torturado Louis... Pero ninguno de ellos se grabó tanto en mi retina como la pequeña Claudia.

Nunca olvidaré sus cabellos ensortijados y dorados, su tez pálida cual muñeca, su hambre insaciable y la frase que pronunció tras asesinar a su primera victima: Quiero más... Con voz suave, inocente y dulce, como la niña que era...


Ella fue la última pieza para completar la familia vampírica, siendo Lestat y Louis sus padres (aunque a los defensores de la familia tradicional les revuelva el estómago). La dulce Claudia, que fue para Lestat el discípulo que nunca pudo ser Louis: despiadada, insaciable, una auténtica máquina de matar sin remordimientos...

Sin embargo el tiempo pasó, y aunque su cuerpo no cambió si lo hizo su mente: una mujer adulta encerrada en el cuerpo de una niña eterna, una muñeca que no entendía por qué ella no cambiaba, y el odio nació en su interior, un odio que le hizo conspirar contra su creador, contra su padre... Su relación con Louis cambió, ya no era una relación paterno filial, sino más bien una relación incestuosa (recordemos que ambos eran hermanos en la sangre) e incluso podría decir que pedófila... Pero yo también estaba enamorado de claudia, de su rostro, de su forma de actuar, y como Louis también hubiera atentado contra Lestat...

Sin embargo cada acto tiene una consecuencia, y aquel acto de traición fue recompensado con la muerte de la dulce Claudia a manos de los vampiros de Armand... Nunca olvidaré sus gritos de dolor al sentir los rayos del sol lamiendo sus brazos, al arder hasta morir en brazos de Madeleine, quien veía en ella una niña eterna y que apenas puedo saborear el don de la inmortalidad...

La venganza de Louis no tardó en llegar, todos los culpables murieron a sus manos. Ninguno sobrevivió. Pero nada de eso pudo devolverme su dulce rostro, sus tiernos ojos, su voz melodiosa y aterciopelada...

domingo, 8 de febrero de 2009

De Una Desilusión

Parece que hayan pasado mil años desde la última vez que me senté en esta vieja silla a escribir algo.La verdad es que no se puede decir que esté en la fasé más creativa del mundo. Sin embargo eso no significa que deje de pensar.

Siempre he dicho que la vida se encuentra llena de dualidades necesarias: cada acción tiene una consecuencia (aunque para muchas personas la verdad esa regla no se aplique). Como elementos de una dualidad, se compaginan uno con el otro, no pudiendo definirse uno por separado. No podemos conocer la felicidad sin conocer que es la tristeza, no podemos conocer el dolor sin haber experimentado el placer...

Como aparente ser humano que soy, tiendo a hacerme ilusiones. Al principio pequeñas ellas, llegan tímidamente pidiendo cobijo en mi mundo. De bellos ojos brillantes, consiguen ablandar mi corazón curtido por los años, por el dolor de anteriores experiencias, y aunque al principio la verdad dude, necesito esa ilusión y le dejo un hueco.

Que maravilloso es hacerse una ilusión: me admiro de su belleza, tengo ganas de estar siempre con ella, de hablar con ella, de abrazarla y escucharla. Siento que todo es posible gracias a ella, y me pregunto cómo pude vivir sin ella antes, yo, un tipo fuerte que se enorgullecía de no ser humano al carecer de sentimiento alguno...

Sin embargo, al caer la oscuridad de la noche, al contarle mi último cuento a esa ilusió cuasi perfecta, al ver como duerme plácidamente, al acariciar su dulce rostro, y besar su mejilla, al quedarme sólo en mi habitación oscura, fría, es cuando la realidad toma forma y el Sr. Miedo, tranquilamente sentado en un sofá, fumando tranquilamente su pipa, sonriendo, porque sabe perfectamente que apenas tiene que decir unas palabras para conseguirsu objetivo... Y de esa forma me duermo, olvidando todo, deseando despertar para poder ver a esa pequeña ilusión abrir sus ojos y sonreír al mirarme. El Sr. Miedo se ha ido, pero aún queda su pipa, testigo mudo de su presencia.

Todo es maravilloso hasta que una noche, el Sr. Miedo decide hablar, y me dice algo que sabía perfectamente: pronto esa ilusión se marchará y conoceras de nuevo la desilusión...

En ese momento, todo cambia, la sonrisa de mi boca se va de vacaciones, y ya no me apetece despertarme temprano para ver a mi ilusión, debido a que puede que se haya marchado. La tristeza se vuelve mi compañera de fatigas, y el Sr. Miedo sonríe al ver cumplido su objetivo, objetivo que en realidad no era tal, ya que sabía perfectamente que eso ocurriría, pero quería negarlo.

Los días pasan oscuros, sin sol, lluviosos y por fin el aciago día tiene lugar: esa ilusión que tanto quise, que tanto me llenó se marcha, sin apenas despedirse, no sin antes arrancarme un trozo de corazón, dejando una herida emponzoñada difícil de cicatrizar, y que cuando lo haga dejara una fea marca.

Siento como la desilusión se cruza con ella en la puerta, y ni siquiera veo como sale de mi vida, todo lo que significó y ya ni siquiera quiero verla... Porque como decía el poeta: que corto es el amor y que largo el olvido.

domingo, 1 de febrero de 2009

De Un Mensaje En Una Botella

La pequeña Momo caminaba descalza por la playa sintiendo la fina arena meterse entre sus dedos haciéndole cosquillas. Le encantaban los días como esos. Después de semanas enteras siendo la lluvia la protagonista, el sol había conseguido escapar, reglando a todo el mundo un maravilloso día. Era imposible levantarse de mal humor en un día como ese, y lo había notado ella misma cuando observó a todo el mundo sonreír. Por eso decidió aprovechar ese día y salir a pasear, a disfrutar del breve período de calor que se le brindaba.

Caminaba despacio, cerrando los ojos, sintiendo el calor en su rostro, abriendo los brazos como si fuera a volar, escuchando el murmullo de las olas y el ruido de la arena al ser pisada... No sabía cuanto tiempo llevaba caminando, ya que en un día como ese, el tiempo debería estar prohibido por lo que dejó su reloj en casa, así que para ella ese día era infinito...

Se paro a mirar la inmensidad del mar, ese gigante azul lleno de misterios y tan atrayente como peligroso a veces. Cuando iba a empezar a caminar, observó como medio enterrado en la playa había un extraño objeto brillante que habían desenterrado las traviesas olas. Debido a su naturaleza curiosa, no pudo evitar acercarse y averiguar de lo que se trataba... Aceleró el paso, ilusionada por saber de que se trataba, hasta llegar al extraño objeto que tanto le había llamado la atención: se trataba de una botella oscura y semitransparente, un pequeño regalo que el mar le había hecho.<

Con la sonrisa de una niña pequeña, miró al mar y le gritó:

-¡Gracias!- y empezó a desenterrar el pequeño tesoro que había encontrado. Cual no sería su sorpresa al ver que en su interior había algo extraño, como una especie de pequeño pergamino enrollado, como en los cuentos de piratas.

Aun con más ilusiones y nervios, intentó abrir el tapón de la botella.

Tiró una vez.

Tiró una segunda vez.

Tiró por tercera vez con todas sus fuerzas y esta vez oyó un cómico ¡Pop! que le hizo reír. ¡La botella por fin estaba abierta! La sacudió enérgicamente hasta que por fin salió el pequeño pergamino. ¿Sería el mapa del tesoro del Pirata Barba Negra? ¿Sería una llamada de socorro de Robinson Crusoe que necesitaba un amigo que le escuchara? Con los ojos brillantes lo desenrolló lentamente, y lo primero que consiguió leer fue:

Querida Momo

No podía creer lo que sus ojos veían. Y lo leyó de nuevo:

Querida Momo.

Pues sí, había leído bien, pero como era posible que aquel mensaje en una botella fuera dirigido a ella, cuánta gente había pasado por aquella playa en aquel día y había visto aquella botella. Era imposible, aunque al ver la firma de quien escribía el mensaje se dio cuenta de que todo era posible. Era un mensaje del viejo Cuentacuentos. Comenzó a leer.

Supongo que estarás sorprendida al encontrar este mensaje de tan singular forma, pero ya sabes como es mi imaginación y siempre que pueda imaginarlo haré que exista. Estarás sentada en una playa solitaria, con un maravilloso sol sonriéndote, y unas traviesas olas mojando tus pies.

Momo miró a su lado y donde había algunas personas paseando, ahora reinaba el silencio. Sonrió de nuevo al ver los poderes del Cuentacuentos.

Lagun me habló de unos extraños Hombres Grises de grandes puros que te atosigan, intentando robar todo tu tiempo y a veces siento que debido a eso, ya no necesitas las tontas historias de este viejo Cuentacuentos. Eso provoca que el Sr. Miedo, que ha conseguido el bono de un buen gimnasio, vuelva cuando creíamos que había desaparecido, y más fuerte que nunca... Ya sabes que el Sr. Miedo en realidad no es malo, simplemente es un poco trasto y a veces no entendemos sus juegos, siendo en el fondo buena gente.

Sin embargo, los juegos del Sr. Miedo han provocado que la Tristeza me visitará, pidiendo cobijo en mi corazón. Sé que no debería haberlo hecho, pero ya me conoces y no pude negárselo. Con la Tristeza siempre viene la Soledad ansiosa de compañía, pero ya sabes que al igual que la Tristeza es egoísta, la Soledad es una amiga celosa, y no le gusta que esté con nadie más que con ella... Eso ha provocado que las palabras se hayan enfadado conmigo, y ya no quieran contarme cosas, siendo cada vez más difícil escribir alguna historia...

Sé que todo pasará, que al final todo saldrá bien y que tanto la Tristeza como la Soledad vendrán sólo de visita, y que el Sr. Miedo se cansará pronto del gimnasio y podremos vencerle en sus juegos... Sin embargo ahora he debido olvidar mi sonrisa en algún bolsillo de algún viejo pantalón, y con mi despiste no la encuentro... Espero no haberla perdido...

La pequeña Momo devoraba las palabras del Viejo Cuentacuentos. Aunque no fuera capaz de decirlo, no podía negar que se había ganado un pequeño rincón en su corazón, y no quería que estuviera triste, pero era verdad que los Hombres Grises continuamente intentaban robarle su tiempo. Sin embargo sabía perfectamente que podría refugiarse en los mundos fantásticos que su amigo creaba para ella, leyéndolos una y otra vez.


A unos metros de la pequeña Momo, una figura oscura la observaba. Embutido en un grueso abrigo, parecía que el sol no lo iluminaba a él. En sus labios había una sonrisa triste, tras una barba rala y oscura. En sus ojos se podían observar la ilusión de aquél que ha preparado una sorpresa para alguien a quien quiere: se trataba del Viejo Cuentacuentos, el que había mandado ese mensaje en la botella a través de su imaginación, para arrancar una nueva ilusión a Momo, su querida Momo... Y es que en realidad, ese mensaje se trataba de una despedida, pero no tenía valor para decírselo. A partir de ahora la observaría como ahora en silencio y cuidaría de ella en sueños, y si le tenía que dar dos collejas al Sr. Miedo se las daría. Sabía lo que ella significaba para él, y aunque no quisiera reconocerlo, sentía que era especial para ella... Sin embargo los Hombres Grises no dejaban de acechar, y aún con tristeza se debía marchar.

El Viejo Cuentacuentos sintió un escalofrío recorrer su espalda, encendió un cigarrillo, le dio una profunda calada y metiendo sus manos en los bolsillos, comenzó a caminar encogido sobre sí mismo, mirando el mundo aquella playa que había creado para Momo, y en la que encontró un último mensaje, en una botella regalada por el mar.