martes, 6 de enero de 2009

De Una Pérdida Y Sus Consecuencias

El teléfono no paraba de sonar. Su sonido estridente bombardeaba mi cerebro resacoso. Desperté de mal humor y sin mirar la identidad del llamante contesté de mala forma:

-Diga...

-¿Chinaski? ¡Eh tío!

Todavía entre nieblas no era capaz de distinguir la voz que me hablaba al otro lado:

-¿Quién cojones eres?

-Joder tío, soy Miller. No me puedo creer que estés aún con la resaca de anoche. Ya puedes irte preparando que voy a recogerte.

-Pero... ¿qué hora es?

-Joder Chinaski, son más de las once de la noche. Venga, espabila que en media hora te recojo y nos vamos a la FIESTA.

Y sin que pudiera decirle nada colgó. Así era Miller. Un tipo que aprovechaba su vida al máximo y que los fines de semana apenas dormía dos horas. Donde estuviera una fiesta ahí estaba él y con él, el mejor material que se pudiera conseguir. Y últimamente necesitaba ese material.

Me levanté pesadamente. El sabor del alcohol seguía presente en mi boca. No recordaba apenas de la noche anterior, y eso era lo que pretendía, olvidar todo. Fui a la cocina, arrastrando los pies entre toda la ropa sucia que había por el suelo, cogí un vaso pero al final decidí darle un buen trago a la botella de vodka, tras lo cual me di una buena ducha fría, necesaria si quería aparentar estar vivo para la maldita fiesta...

El agua caía sobre mi espalda. A mi lado seguía la botella de vodka, aquélla que sabía siempre permanecería fiel, aquélla que siempre estaría conmigo... Salí de la ducha y me miré al espejo. Observé el despojo humano en que me había convertido: mis ojos estaban aún rojos por el alcohol y Dios sabe qué más sustancias con las que castigaba mi cuerpo últimamente. Allí desnudo me veía como era realmente, un tipo solo, desvalido y deprimente. Lancé la botella contra el espejo, deseando que esa imagen dejara de mirarme...

Me vestí con lo primero decente que encontré, colocando las ropas sobre mi cuerpo aún mojado, deseoso de fumar un cigarrillo y volver a tomar una copa... Pero imbécil de mí me di cuenta que los últimos rastros de mi adorada bebida se mezclaban con agua sucia sobre el suelo del cuarto de baño.

Encendí el cigarrillo y me senté en el sofá, quedándome dormido al instante. Me despertó el ruido del coche de Miller, una vieja tartana que parecía sacada de una peli de los ochenta. Le hice esperar un poco, sabiendo que eso le pondría histérico.

-¡Chinaski! ¡Maldito cabrón!-gritaba mientras aporreaba el claxon-¡Sal ya, bastardo!

Cuando creí que su espera fue la adecuada salí. Caminé lentamente, tomándome mi tiempo hasta llegar a su coche y sentarme a su lado...

-Calla ya estupido hijo de puta y dame un maldito cigarro....

Miller me miró seriamente, y después soltó una carcajada.

-¡Vamos Chinaski, vamos! Deja esa cara en casa, hoy nos vamos de fiesta: chicas, alcohol y... –en ese momento levantó su mano y en ella llevaba un pequeño paquete con una sustancia blanca.

-¿Qué es eso?

-Lo mejor que te ha pasado en tu vida

Y dicho esto arrancó el destartalado coche cuyo motor se quejó al acelerar.


Miller tenía razón, cosa que ya sabía: la fiesta era la más grande en la que había estado en mucho tiempo. Mucha gente conocida. Mucha gente desconocida. Música de cualquier clase. Alcohol. Drogas. Mujeres... Sin embargo no me apetecía estar allí.

-Chinaski... Chinaskiiiiiiiii. ¿Qué cojones te pasa?

-Déjame en paz, Miller.

-Es solo una tía, hay cien tías mejor que ella esta noche aquí.

-Déjame en paz, Miller

-¡No puedes estar así por una tía! La vida es muy corta para ello.

-¡No es sólo una tía! ¡No lo entiendes! ¡Era lo único bueno que había en mi puta vida!

-No es lo único-dijo Miller sonriendo, metiéndome un dedo en la boca. Un sabor amargo adormeció mi lengua. Deseé escupir, pero algo me decía que no debía hacerlo.

-Siente...

El efecto de la droga fue casi inmediato. Casi sentí como se unía a los receptores de mis neuronas, como segregaban endorfinas que circulaban por cada vaso sanguíneo de mi cuerpo mezclándose con el alcohol. La sonrisa apareció en mi cara, dando paso a una carcajada enferma. Miraba a Miller que no paraba de reír, y me ofrecía una copa tras otra.

No me importaba nada. Todo era parte del sentimiento de autodestrucción que me invadía desde que la eché de mi vida. La única persona de quien podría decir que de verdad amé, y la eché de mi vida. Me provocaba risa...


El efecto de las drogas aumentaba y el alcohol no ayudaba precisamente a concentrarme. Me sentí mal: la música retumbaba en mis oídos. Sentía ganas de vomitar, y corrí buscando un sitio para hacerlo. Entré en la casa y caí de rodillas en un vater. Sentí el vómito recorrer mi esófago, dejando su sabor amargo en mi boca. Sabor que apagué con un buen trago. Caí casi desmayado, sin apenas poder levantarme hasta que una nueva arcada me obligó a ello. Ya me sentía mejor, y había abierto hueco para poder beber más.

Salí del sucio baño, dándole grandes tragos a una botella cuyo contenido ni siquiera era capaz de distinguir. Vi una habitación donde existía una cama que parecía gritar mi nombre. Más que tumbarme, caí sobre ella.

No puedo decir el tiempo que estuve así. Pudieron pasar desde segundos a días enteros. Así me sentía, el mundo se había convertido en un carrusel del que deseaba bajarme, y la imagen de su dulce rostro no se iba de mi pensamiento. Una voz me sacó de mi viaje:

-Chinaski...

Abrí los ojos al escuchar mi nombre. Delante de mí, a los pies de la cama se hallaba la chica más explosiva que os podáis imaginar. Sentí como la sangre bombeaba mi polla en cuanto la vi. Deseé besar sus labios y arrancar sus ropas de inmediato. Me imagine montándola salvajemente, escuchando sus gritos en mi oído. Sentí sus dientes mordiendo todo mi cuerpo e imaginé mi semen recorriendo su vagina, introduciéndose en su cuerpo. ¿quién era esa chica?

-Eres Chinaski, ¿no?-su voz me excitaba aún más...

-Eso dicen...

-Te he estado buscando toda la noche. Me han dicho que escribes...

-Eso dicen...

-Aunque la verdad, no veo que sepas manejar las palabras tan bien como dicen.

-No soy yo quien maneja las palabras, sino ellas las que me manejan a mí.

Ese comentario despertó un brillo lujurioso en sus grandes ojos verdes, lo que me hizo excitarme aún más si cabía...

Se acercó a la cama, y se tumbó a mi lado. Mi cabeza quedaba a la altura de su cintura, pudiendo mirar sus largas piernas, apenas cubiertas por una pequeña minifalda. Esa chica sabía lo que se hacía, y sabía perfectamente lo que provocaba en los hombres.

-¿Ni siquiera me invitarás a una copa?

-Con ese cuerpo dudo que no hayas conseguido ninguna esta noche

-¿Eso crees? ¿me encuentras atractiva?

-No sé si serán las drogas o el alcohol, pero no he visto una mujer que me excite más que tú...

-Al parecer el alcohol no hace tímidas tus palabras

Y sin pensarlo comencé a besarla. De una forma salvaje. Intentando sacar de mi pensamiento a aquella otra mujer que me había rechazado. Saboreé su lengua en mi boca. Sentí su mano en mi entrepierna que respondió hinchándose hasta provocar un dolor insoportable. Metí mi mano bajo su falda hasta notar su humedad. Cada vez me excitaba más. Quería follar allí mismo. Un polvo con despecho. Sin sentir nada. Sin amor. Sólo odio. Solo quería olvidar...

Liberé su boca y comencé a bajar por el cuello hasta sus dulces pechos, cosa que ella aprovechó para decir algo:

-Nunca he follado con un escritor...

-Tampoco lo harás esta noche...

-¿Quieres decir que me dejarás así?

-No, simplemente que no soy escritor-y acto seguido la embestí como un animal.

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